Tenemos muchos problemas en nuestro día a día, y con todas las nuevas herramientas que hemos incluido en nuestro botiquín, estamos aprendiendo a gestionarlos mejor. Pero con tanto problema, pocas veces nos paramos a pensar cómo nos gustaría ser en un futuro. El último ingrediente que incluiremos en la metodología y que compone nuestro interior son los sueños, o como prefiero llamarlos personalmente, Mi Yo Futuro.
Tuve oportunidad de estudiar durante algunos años el mundo de los negocios. Allí se intenta medir todo, y continuamente mejorar la productividad. Durante los años 90, se habían perfeccionado los procesos de calidad, y las normas de auditoria nos llevaban a crear un mundo perfecto. Todos los procesos funcionando a la perfección y alineados con una excelente fabricación, siempre orientados a la mayor búsqueda de beneficios. Se perseguía sin tregua todo lo que se hacía mal, se analizaba, y se realizaba reingeniería una y otra vez, hasta alcanzar la perfección.
Afortunadamente, y tras comprobar el nivel de exigencia y stress que abordaba aquello, surgieron nuevas tendencias a finales de los 90. Ya no consistía en intentar a toda costa mejorar todo lo que estaba mal, y castigar una y otra vez aquello fallido. Se comprobó que era más útil potenciar todo lo que se hacía extraordinariamente bien, y tan sólo intentar mejorar en lo posible lo que salía algo peor.
Sencillo, ¿verdad? ¿Alguien se ha propuesto algo así en nuestra vida? Quizás no nos hayan enseñado, pero tendemos a observar todo lo malo y eso tendemos a valorarlo por encima de lo bueno. Como se estudia en muchos cursos de ventas: «la confianza tarda mucho en ganarse, pero se puede perder en un instante». Esta última frase tiene un fondo muy curioso: nos cuesta perdonar errores, y añadiría, que a algunos, aún más nos cuesta olvidar.
Bastaría un ejercicio racional muy rocambolesco pero curioso. Debemos tomar un cronómetro en nuestra mano y un papel donde apuntar cómodamente. Durante ese intervalo de tiempo, por ejemplo 6 ó 12 horas, tenemos que apuntar las sensaciones positivas y negativas que hemos tenido. Al final de compartir ese intervalo con un buen amigo o familiar querido, si hacemos cuentas, veremos como en muchos casos apenas aparecen intervalos positivos. Pero curiosamente, habremos estado prestando más atención a lo negativo que a lo positivo.
Pero más curioso aún resultaría si tuviéramos un observador que apuntara nuestra sensaciones. Los resultados suelen ser más divertidos, porque al encontrar mayor neutralidad, se encuentran aún más resultados positivos. Significa eso que ¿somos muy pesimistas? No lo creo, pero nos han enseñado a prestar más atención a los problemas que a las alegrías. Cuando se cambia el foco de atención, como he tenido oportunidad personalmente de hacerlo en los últimos años, todo se mira de forma diferente.
La Programación Neuro-Linguística (PNL) aplica técnicas muy enriquecedoras que llevan al consciente qué observamos, qué aprendemos, y cómo actuamos. Hemos aprendido de forma muy rutinaria en la infancia, a pensar, respirar, sentir, querer, ¿realmente sabemos? En cambio, hemos aprendido con mucha dureza en la escuela a estudiar, repetir, acatar normas,…
Es sencillo, si nos preguntan a cualquiera si nos gusta un zapato, lo probamos, lo miramos un par de veces, y decimos sí lo compramos o no con cierta certeza (dejo el gusto de algunas personas exigentes para otra reflexión). Casi nadie se para a pensar si el zapato se estropeará en poco tiempo, o si es el más adecuado de todas las zapaterías que se encuentren a unos kilómetros a la redonda (insisto, que dejo a un lado las actitudes compulsivas de algunos exigentes).
Dados los primeros pasos, si nos ha convencido medianamente, pasaremos el proceso al inconsciente y estos zapatos nos acompañarán hasta que un día decidamos que requieren alguna reparación o pasar a mejor vida. Pero nadie se deja la vida en pensar una y otra vez acerca del zapato en cuestión. Vivimos con tranquilidad y amor nuestra relación con los zapatos.
En cambio, cuando vivimos cualquier situación, sobre todo al relacionarnos, nuestra cabeza no para de analizar y analizar. Por ejemplo, para el caso concreto de una relación de pareja, comenzaremos con un proceso parecido al del zapato, donde de un rápido vistazo sabremos si nos encaja o no, y para muchas personas, puede ser suficiente para echar a andar. Pero dados los primeros pasos, cada día se mira el zapato desde un nuevo ángulo, y no se para de pensar… ¿será el zapato que mejor me encaje? Hemos de reconocer que hace décadas no había muchos zapatos con los que compararse, pero a día de hoy parece que es un ejercicio que hay que realizar a cada segundo. Peor aún, si no tienes los mejores zapatos, eres un fracasado (¡Glup!).
Hace poco compartí esta visión con una persona que vivía en Nueva York, que parece ser unas de las ciudades más competitivas del mundo. Allí, cuando empiezan una relación, la primera pregunta que se realizan es, ¿y no habrá alguien mejor? Es decir, comienzan desde el estrés, en vez de empezar a descubrir todo lo maravilloso que les puede aportar la persona que tienen enfrente. Lo peor es que poca gente sabe salir de ese bucle, y cada vez viven más preocupados por algo que no tiene sentido.
Tampoco voy a engañaros, yo estuve años buscando a la pareja perfecta que me acompañara en una vida perfecta. Tomaba las medidas por un lado, por otro, me probaba sus zapatos, sentía su empatía. Caminaba, corría, trotaba, saltaba y paseaba por el campo. Rompía los zapatos por algún sitio y esperaba saber cómo se reparaban rápidamente. Buscaba los zapatos que me hicieran sentir más cómodo, porque claro… ¡yo me merezco lo mejor!, y tenía una habilidad excepcional en buscar el fallo a cualquier zapato. Podía incluso descubrir en la distancia las incompetencias de cualquier par de zapatos, y afirmar a ciencia exacta que aquello no tendría futuro.
Como pudimos comprobar con nuestra Carta a los Reyes Magos todos tenemos nuestros gustos o preferencias. Antes buscaba que no fumara, que fuera buena madre, que no se viniera abajo, que supiera disfrutar la vida, y un largo etcétera que nunca acababa de listar para que me no tomaran por obsesivo compulsivo (que sí, que en parte me encanta serlo), aunque en el fondo lo he tenido siempre bien listado.
Quizás tengamos que escuchar más lo que nos dicen los gurús, y aprender a vivir el momento. Pero a mi juicio, por muchas charlas motivacionales gratis, cuando se aprende por uno mismo, se aprende de verdad. Así que cuando volví a escuchar la frase del magnífico coach Fernando Sáenz Ford… “andamos tan preocupados por controlar el futuro que nos olvidamos de vivir el presente”….me quedé pensando, ¿qué es lo que quiero controlar? Encontré una respuesta muy sencilla, y quizás a muchas personas les resuene claramente en su interior. No quería controlar nada, pero más que controlar, comprobé que quería asegurar el futuro para que siempre me reportara la misma felicidad.
Se suele decir, que la mayor virtud está en saber estar en el término medio. Entre controlarlo todo y no controlar nada (sólo sentir), siempre hay punto medio en el que debemos saber gestionar el momento. Pero sin ansiedad, y con la tranquilidad de que podemos equivocarnos acerca del futuro, pero nunca de lo que sentimos en el presente. Planteado este cuento de hadas, podría ser un buen momento para cerrarlo e indicar: “vive el presente y siente con locura cada momento”. Mucha gente cerraría el libro muy feliz y se iría a su mejor amigo a decirle: “qué bien lo paso contigo… eres genial”, o a su pareja a decirle: “te quiero mucho, eres el motivo por el que me levanto todas las mañanas”.
Sería fantástico haber avanzado un paso así, pero también nos toca imprimir un poco de madurez y saber que somos personas que tenemos que vivir y gestionar ambos extremos. La vida perfecta no existe, la hacemos nosotros día a día.
¿Te atreves a representar tu vida en un futuro? ¿Qué te gustaría alcanzar en unos años? ¿Cómo te gustaría que te recordaran? ¿Qué quieres hacer con el resto de tu vida? La nueva herramienta de Mi Yo Futuro nos va a permitir pasar de estas visualizaciones concretas a una más general.
Sueños de una persona para el futuro
Escribe en unos párrafos, tomándote el tiempo necesario, y sin prisas, los principales deseos o sueños que aspiras alcanzar en 10 o 20 años. Intenta evitar las generalidades, como por ejemplo, quiero ser feliz, quiero tener dinero, deseo tener salud. Para conseguir definir mejor este apartado, es recomendable que respondas a las preguntas. Sabiendo de dónde eres y dónde estar ahora, ¿a qué quiero llegar en un futuro? ¿Cómo me gustaría que te recordaran? ¿Qué quiero hacer con el resto de mi vida?
Un sencillo ejercicio consiste en plantearse lo siguiente: imagínate de aquí a veinte años... el día de tu gran homenaje, y en el que varias personas, que te conocen bien, van a pronunciar un discurso sobre ti, ¿qué te gustaría que dijeran?
Tómate el tiempo necesario, realmente lo requiere, ya que tendemos a quejarnos mucho cada día, pero a pensar poco sobre lo que queremos en un futuro. Consulta con la almohada y comprueba la respuesta al día siguiente, probablemente te haga cambiar el punto de vista.
Mejor aún si consigues especificar un poco más y orientas las preguntas a tu profesión. Por ejemplo, si fueras un político, podrías pensar: si te vieras dentro de diez años, ¿qué no te perdonarías, no haber hecho cuando tuviste poder para ello? ¿Por qué pirámides quieres que te recuerden? ¿Qué harías si siguieras tus propios valores?
No olvides que, una vez que ya sabes lo que quieres, tienes que estar preparado para actuar con la seguridad que te dará el éxito. La confianza en ti mismo te recordará cada día que la suerte la creas tú.
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